Montado en el siglo XVI en París, en un trono de oro recubierto con esmaltes de pequeño tamaño y equipado en la parte trasera con un mango que le hace un beso de La Paz.
Parte trasera
En el centro del Portapaz destaca la figura de El Niño Jesús, con una túnica roja sobre un cojín azul, sentado sobre un trono estructurado con pilastras y balaústres; además de puertas con esmaltes que narran pasajes bíblicos (Anunciación, Visitación y Anuncio a los pastores), que dejan ver un Nacimiento de Cristo con figuritas de 1,8 cm. En los laterales, se representan las escenas de la Circuncisión y la Huida de Egipto en esmaltes; en el frontón aparece Dios Padre y como guarda y remates, en bulto redondo esmaltado, dos soldados con sus escudos, (unos grotescos y un granate apeado en la cúspide). La parte trasera del Portapaz sigue una disposición similar, con pilastras con candelabros vegetales, bandas de roleos y flores que separan dos escenas en esmalte de tamaño diverso: El Niño Jesús entre los doctores en el templo y la Adoración de los Magos. Destaca también un busto con la cabeza de Moro en calcedonia marrón y esmaltes decorando el revés del frontón. El asa amensulada tiene forma de cabeza de dragón roja y verde con notas blancas y azules.
Detalle del portapaz
Del Portapaz se desconoce la autoría, a pesar de ello se había creído que probablemente podía ser obra del mítico orfebre del Renacimiento italiano Benvenuto Cellini. Sin embargo, han sido las aportaciones de los últimos años las que han desmarcado los contextos artísticos de las dos partes que componen el Portapaz, y han subrayado el parentesco de la figura de Jesús con las obras maestras de la orfebrería parisina del 1400. Debido a que la estatuilla del Niño Jesús, donada por el Arzobispo López de Ayala, fue colocada en la primera mitad del siglo XVI en el trono. Así pues, la obra sigue planteando muchas dudas, pues no se sabe si formaría parte de un conjunto original que se desmotó o se fundió. Por otro lado, podría ser que fuera la única pieza conservada de una obra que no llegó a montarse. Tampoco se sabe quién se la regaló o si fue él quien encargó a París una sedes digna para la estatuilla. De todos modos, lo único verosímil es que la historia de la «salvación» de este niño Jesús, pone de manifiesto que el valor sagrado y material de la obra, sumado a su belleza artística, fueron las razones de peso por las cuales en el siglo XVI pensaron en dignificar esta joya del 1400 y dedicarle un trono que incrementase su suntuosidad.