Los siete dolores de la Virgen María
Por Jaime Sancho Andreu. Canónigo Conservador del patrimonio artístico de la catedral de Valencia y director del Museo Catedral de Valencia
La pintura
El Museo Catedral de Valencia muestra una gran pintura al óleo sobre tabla de 215 x 90 cm. que representa a la Madre de Jesús en dolorosa soledad, asediada por siete espadas que representan siete momentos dolorosos de su vida, descritos en otras tantas viñetas circulares o “tondos” que representan la huida a Egipto (Mt 2, 13-15), la profecía de Simeón (Lc 2, 35), en orden diverso al de los evangelios, el niño Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2, 41-50), el encuentro con Jesús camino del Calvario (del Via Crucis), la crucifixión (Jn 19, 25-27), el descendimiento (Mc 15, 42-46) y la sepultura del Señor (Jn 19, 38-42).
Historia de esta imagen
La tabla fue pintada en los comienzos del siglo XVI, para la iglesia de san Juan del Hospital, que estaba confiada desde su fundación a los caballeros hospitalarios de san Juan de Jerusalén, que en la época del cuadro ya se habían convertido en la Orden de Malta. En la reforma neoclásica del siglo XVIII esta imagen fue relegada y pudo ser recuperada en 1923 para el Museo Arqueológico Diocesano que fundó el Cardenal Reig en el Palacio Arzobispal. El saqueo e incendio del Palacio el 21 de julio de 1936 dejó a esta obra con serios desperfectos que fueron subsanados con el trabajo efectuado durante dos años por Dª Raquel Minguela en el taller de restauración de la Catedral, con una ayuda de la Excma. Diputación Provincial, de modo que pudo ser expuesta en la iglesia de san Juan de la Cruz en la exposición “La luz de las imágenes”, dentro de la etapa “El esplendor del barroco”.
El autor
El catálogo de “La luz de las imágenes” atribuye la autoría a Felipe Pablo de san Leocadio (Valencia ca. 1480/90-1547), hijo del pintor de los ángeles de la Catedral Pablo de san Leocadio; fue aquél un artista muy versátil, que mantuvo un taller con varios colaboradores. En el Museo Catedral de Valencia se muestra una hermosa tabla del Nacimiento y la adoración de los pastores de fuerte influencia italiana, pero en esta Dolorosa la fuerza expresiva y el paisaje, especialmente las piedras del suelo denotan una imitación de uno de los dos autores de las puertas del retablo de la Seo valentina, Hernando de Llanos, como señaló en 1932 el historiador del arte Tormo.
Los siete dolores de la Virgen María
Es una devoción que surgió en el siglo XV. Primero se representó a la Madre Dolorosa con el corazón atravesado por una espada, evocando la profecía de Simeón: “Una espada te atravesará el alma” (Lc 2, 35); luego se pusieron cinco puñales, en recuerdo de las cinco heridas de Cristo y, finalmente, siete como los gozos de María, los sacramentos y los dones del Espíritu Santo (puede leerse una información más detallada en la ficha del catálogo de “La luz de las imágenes” 2010 por Alicia Izquierdo y Vicente Samper). Las representaciones de los siete “tondos” son muy claras y con los temas fácilmente reconocibles por los fieles, en lo que se ve una clara intención catequética y devocional, siguiendo el ejemplo de la representación de los siete sacramentos en siete escenas circulares como fruto de la sangre de Cristo crucificado, como se hizo por primera vez en Valencia en el retablo de Fray Bonifacio Ferrer (s rmtdeyf. XV, Museo de Bellas Artes de Valencia) y luego en el de Estivella (actualmente expuesto en la iglesia de san Martín de Valencia).
La catequesis devocional
La Virgen sola, sentada, nos dice que en ella se ha cumplido finalmente la profecía de Simeón, recibida cuando presentó al niño Jesús en el templo de Jerusalén; el Hijo ha sido enterrado y la Madre nos dice la queja del libro de las Lamentaciones (1,2) que son la frase central de uno de los responsorios del Viernes Santo: “Oh vosotros todos que pasáis por el camino, mirad y ved si hay un dolor semejante al mío”. El profeta se refería a la ciudad de Jerusalén destruida por los caldeos y con sus habitantes llevados al destierro de Babilonia, pero la liturgia aplica ese pasaje a la Madre del Crucificado y a la Iglesia como esposa a quien le han arrebatado al amado.
Junto al camino pedregoso, en la soledad en que le han dejado los antes seguidores de Jesús, María pide nuestra compasión para que, con ella, nos unamos a Cristo paciente, siguiendo el tema fundamental de la espiritualidad de san Pablo: “Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos” (Fil 3,10).
La Dolorosa no cae en la desesperación, lo suyo no es una tragedia, porque no en vano la tradición de los santos Padres y la liturgia “la llamaron sagrario del Espíritu Santo, expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen convertida en mansión estable del Espíritu de Dios; adentrándose en la doctrina sobre el Paráclito, vieron que de Él brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia (cf. Lc 1,28) y la abundancia de dones que la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo su adhesión a la voluntad de Dios, el vigor que la sostuvo durante su “compasión” a los pies de la cruz (Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, n. 26. 1974); entre todos los desilusionados y cobardes sólo ella mantuvo la fe, pero eso no hacía menor su dolor de madre.
La Madre quiere que nuestros corazones sientan como el suyo y que no sean como las piedras que la rodean; ni una hierba ni una flor, pero, más allá de este desierto, apunta la aurora del día de la resurrección sobre un mundo renovado.
Texto de D. Jaime Sancho Andreu.