Los siete dolores de la Virgen María
Por Jaime Sancho Andreu. Canónigo Conservador del patrimonio artístico de la catedral de Valencia y director del Museo Catedral de Valencia
La pintura
El Museo Catedral de Valencia muestra una gran pintura al óleo sobre tabla de 215 x 90 cm. que representa a la Madre de Jesús en dolorosa soledad, asediada por siete espadas que representan siete momentos dolorosos de su vida, descritos en otras tantas viñetas circulares o “tondos” que representan la huida a Egipto (Mt 2, 13-15), la profecía de Simeón (Lc 2, 35), en orden diverso al de los evangelios, el niño Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2, 41-50), el encuentro con Jesús camino del Calvario (del Via Crucis), la crucifixión (Jn 19, 25-27), el descendimiento (Mc 15, 42-46) y la sepultura del Señor (Jn 19, 38-42).
Historia de esta imagen

El autor

Los siete dolores de la Virgen María

La catequesis devocional
La Virgen sola, sentada, nos dice que en ella se ha cumplido finalmente la profecía de Simeón, recibida cuando presentó al niño Jesús en el templo de Jerusalén; el Hijo ha sido enterrado y la Madre nos dice la queja del libro de las Lamentaciones (1,2) que son la frase central de uno de los responsorios del Viernes Santo: “Oh vosotros todos que pasáis por el camino, mirad y ved si hay un dolor semejante al mío”. El profeta se refería a la ciudad de Jerusalén destruida por los caldeos y con sus habitantes llevados al destierro de Babilonia, pero la liturgia aplica ese pasaje a la Madre del Crucificado y a la Iglesia como esposa a quien le han arrebatado al amado.
Junto al camino pedregoso, en la soledad en que le han dejado los antes seguidores de Jesús, María pide nuestra compasión para que, con ella, nos unamos a Cristo paciente, siguiendo el tema fundamental de la espiritualidad de san Pablo: “Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos” (Fil 3,10).
La Dolorosa no cae en la desesperación, lo suyo no es una tragedia, porque no en vano la tradición de los santos Padres y la liturgia “la llamaron sagrario del Espíritu Santo, expresión que subraya el carácter sagrado de la Virgen convertida en mansión estable del Espíritu de Dios; adentrándose en la doctrina sobre el Paráclito, vieron que de Él brotó, como de un manantial, la plenitud de la gracia (cf. Lc 1,28) y la abundancia de dones que la adornaban: de ahí que atribuyeron al Espíritu la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen, la fuerza que sostuvo su adhesión a la voluntad de Dios, el vigor que la sostuvo durante su “compasión” a los pies de la cruz (Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, n. 26. 1974); entre todos los desilusionados y cobardes sólo ella mantuvo la fe, pero eso no hacía menor su dolor de madre.
La Madre quiere que nuestros corazones sientan como el suyo y que no sean como las piedras que la rodean; ni una hierba ni una flor, pero, más allá de este desierto, apunta la aurora del día de la resurrección sobre un mundo renovado.
Texto de D. Jaime Sancho Andreu.


